…moriría lentamente cada vez que paso un día en la oficina.
Una vez al mes se organiza algo que llaman “reunión informativa” que no es más que una junta general en el auditorio en la que, por una hora, enmarcado por enormes diapositivas en power point, el director general regaña a todos. Al terminar, hay un desayuno en una de las áreas verdes para todos los empleados. Por lo general taquiza, ya sea de guisos o sudados, y se remata con pasteles como postre.
Dichas reuniones son los únicos momentos en donde los mandos medios y superiores conviven como iguales con el resto de personal. Hace rato, por ejemplo, el director adjunto me sirvió un taco porque yo estaba del otro lado de la mesa. “¿De que lo quieres?” me preguntó, y estuve a punto, a punto de soltar mi clásico “Sorpréndeme”.
----uh, pausa, están sirviendo el pastel----
----Ya, rebanada de Baileys, mmm----
En fin, a lo que iba.
Mientras la fauna oficinistica compuesta de ingenieros, contadores, practicantes en uniforme y secretarias gordas se atasca de tacos de rajas con queso y chicharrón en salsa verde, en el sonido ambiental ponen música que supongo consideran relajante y digestiva. Hoy pusieron algún disco de versiones en jazz de clásicos.
Justo cuando le daba una mordida a un taco de tinga de pollo (el que, por cierto, FAIL) empezó a sonar en una lenta, hermosa y seductora voz de mujer cierto estribillo:
Me dio risa escuchar tremendo clásico punketo totalmente desvirtuado, edulcorado y tan fuera de lugar. Quise compartir el trágico evento con alguien y aquí comenzaron los problemas.
Me acerco a un grupo de ingenieros conocidos y le pregunto a uno:
Yo: —Ja, ¿Ya oíste?
El: — ¿Qué?
Yo: —Eso (señalando con la cabeza una bocina)
El: —Ah, esta padre, ¿no?
Yo: —…
La escena se repitió una y otra vez. Intente con los técnicos, con practicantes y con los del almacén (con las secretarias ni siquiera lo intente, porque creo que no pasan de Alejandro Fernández y Limite) y nada, no encontré a una sola persona que reconociera la canción.
Derrotado, vine a mi lugar y ahora trato de llenar con pastel Baileys el hueco que mi alma —si tuviera una— iría dejando dentro de mí al morir un poquito día a día al tener que convivir con gente que no tararea moviendo el pie al ritmo de cierto clásico punketo.
*sigh*
Una vez al mes se organiza algo que llaman “reunión informativa” que no es más que una junta general en el auditorio en la que, por una hora, enmarcado por enormes diapositivas en power point, el director general regaña a todos. Al terminar, hay un desayuno en una de las áreas verdes para todos los empleados. Por lo general taquiza, ya sea de guisos o sudados, y se remata con pasteles como postre.
Dichas reuniones son los únicos momentos en donde los mandos medios y superiores conviven como iguales con el resto de personal. Hace rato, por ejemplo, el director adjunto me sirvió un taco porque yo estaba del otro lado de la mesa. “¿De que lo quieres?” me preguntó, y estuve a punto, a punto de soltar mi clásico “Sorpréndeme”.
----uh, pausa, están sirviendo el pastel----
----Ya, rebanada de Baileys, mmm----
En fin, a lo que iba.
Mientras la fauna oficinistica compuesta de ingenieros, contadores, practicantes en uniforme y secretarias gordas se atasca de tacos de rajas con queso y chicharrón en salsa verde, en el sonido ambiental ponen música que supongo consideran relajante y digestiva. Hoy pusieron algún disco de versiones en jazz de clásicos.
Justo cuando le daba una mordida a un taco de tinga de pollo (el que, por cierto, FAIL) empezó a sonar en una lenta, hermosa y seductora voz de mujer cierto estribillo:
Should I stay or should I go now?
If I go there will be trouble
An’ if I stay it will be double
So come on and let me know!
Should I stay or should I go?
Me dio risa escuchar tremendo clásico punketo totalmente desvirtuado, edulcorado y tan fuera de lugar. Quise compartir el trágico evento con alguien y aquí comenzaron los problemas.
Me acerco a un grupo de ingenieros conocidos y le pregunto a uno:
Yo: —Ja, ¿Ya oíste?
El: — ¿Qué?
Yo: —Eso (señalando con la cabeza una bocina)
El: —Ah, esta padre, ¿no?
Yo: —…
La escena se repitió una y otra vez. Intente con los técnicos, con practicantes y con los del almacén (con las secretarias ni siquiera lo intente, porque creo que no pasan de Alejandro Fernández y Limite) y nada, no encontré a una sola persona que reconociera la canción.
Derrotado, vine a mi lugar y ahora trato de llenar con pastel Baileys el hueco que mi alma —si tuviera una— iría dejando dentro de mí al morir un poquito día a día al tener que convivir con gente que no tararea moviendo el pie al ritmo de cierto clásico punketo.
*sigh*