Un día de Octubre (creo que era Martes, pero no estoy seguro porque ¿Quién se acuerda de los días de la semana cuando no son mas que una triste sucesión de horas que se acumulan una sobre otra aplastando nuestras ya pocas ganas de vivir?) desperté, y muy alegre, me dije a mi mismo: ya basta de no haber acabado la prepa.
Después de decir esto, me levanté del montón de periódicos en donde duermo y fui a inscribirme a una asesoría para presentar el examen del Ceneval para acreditar el bachillerato.
Y entonces empezó una odisea de tres meses de levantarme todos los sábados a las siete y media de la mañana para ir a meterme a un salón con otra media docena de parias de la educación media superior. No voy a negarlo, fue difícil, sobre todo porque, ya saben, levantarse en sábado de madrugada no es de gente decente. Pero lo verdaderamente difícil para mí fue cuando me reencontré con un viejo enemigo y nuestro mutuo odio se reavivó de inmediato; nos miramos a los ojos y sin parpadear y con voz grave, le dije:
Nos volvemos a encontrar, Matemáticas hijas de puta.
Después todos me miraron como se mira a alguien que le susurra con odio a unas hojas de papel con ecuaciones algebraicas.
Voy a aclarar una cosa: yo entiendo el valor de las matemáticas en el mundo y su importancia para casi todos los aspectos de la vida. Yo, siendo una persona racional y con enorme aprecio por la ciencia, respeto y admiro todos los logros y avances que no hubieran sido posibles sin las matemáticas, aclarado esto, tengo que decir que a un nivel personal, las detesto y estoy seguro que si Hitler y Satanás tuvieran un hijo, sería matemático.
Y sí, yo sé que para muchos de ustedes las matemáticas son tan fáciles como respirar y que pueden despejar ecuaciones de vergamil grados mientras se meten el pulgar por el culo y giran sobre si mismos, lo sé y pueden ahorrárselo; cuando sea dictador, los matemáticos tendrán un sueldo altísimo y muchísimas prestaciones, pero también estarán obligados a usar tutus rosas y penes dibujados en la cara con Sharpie.
En fin, después de tres meses de luchar, sufrir, enojarme, maldecir al universo -y un episodio de lágrimas del que no pienso entrar en detalles- llegó el día en que presentaría mi examen. Junté todos mis documentos y con horror descubrí que no tenía acta de nacimiento. Busqué y busqué y al final, después de recurrir a los archivos del Museo Nacional de Antropología, conseguí una copia de mi factura.

“…presenta vivo a un niño con un pene enorme.”
El examen fue interesante, en un colegio de bachilleres nos citaron a los que calculo, éramos unos 200,000 treintañeros y nos repartieron en 10,000 salones con 2500 pupitres cada uno (¿Ven como las matemáticas no se me dan?). Después de encontrar mi lugar y pegarle un zape al de enfrente –reflejo condicionado-, nos entregaron las 268 hojas del examen.
La prueba consistía de dos partes: la primera y la segunda (¡JA! TOMA ESO, MATEMATICAS), cada una de cuatro horas de duración. La primera consistía en los conocimientos básicos que todo ser humano funcional debe poseer: español, historia, ciencias sociales, masturbación, civismo, geografía, biología, química y matemáticas. Obviamente, todo iba bien hasta que llegué a la sección de matemáticas (unas sesenta preguntas), al principio lloré batallé un poco, pero gracias a mi enorme intelecto, estudio y ganas de superarme, pero sobre todo, a mucho sentido común, logré terminar esa etapa sin muchos problemas y con unos tres minutos de sobra. En cuanto entregué el examen, me hinqué y entre amenazas, sollozos y puños agitados al cielo, juré por todos los dioses, santos y superhéroes de Marvel que conozco que jamás, jamás volvería a despejar una ecuación ni a desincognizar una incógnita por el tiempo que me quedara de vida.
Después de un receso en donde los 200,000 examinados salimos a los patios a vernos las caras de preocupación, regresamos a los salones a presentar la segunda parte del examen, que consistía de dos lecturas de comprensión, sus respectivas preguntas y la parte por la que el 90% de los examinados, o sea, unos 199,000 (fuck the math) estaban aterrorizados: un ensayo de dos cuartillas, que valía la mitad del examen y en el que se calificarían ortografía, gramática, sintaxis y la capacidad de desarrollar y argumentar un tema.
Yo no estaba muy preocupado, ya que todos estos años en internet me han enseñado a escribir y argumentar cualquier pendejada, crea o no en ella. Aún así, no sabía que temas nos iban a ofrecer. Por lo que había escuchado, serían tres opciones, y los enterados afirmaban que usaban temas actuales y un tanto politizados. Esto me incomodó un poco, porque yo de política sé casi lo mismo que de matemáticas, así que tomé asiento, le di otro zape al de enfrente y esperé que presentaran los temas.
Uno de los asesores entró al salón con una hoja de rotafolio que colgó al frente, y en ella pudimos ver los tres temas –del que podríamos escoger el que deseáramos- y con ansiedad, leí (cito de memoria):
1.- “¿Cree que la tradición circense de amaestrar animales sigue siendo aceptable en esta época o le parece que es cuestionable por sus implicaciones de maltrato animal?”
2.- “La investigación con células madre ha levantado mucha polémica, ¿Cuál es su opinión sobre el debate ético que presenta?”
Y entonces, al leer el tercer tema, me di cuenta de que el Universo a veces, de vez en cuando, deja de confabularse en mi contra y en un acto de tregua y camaradería, sonríe y me lanza un guiño, porque el último tema era este:
3.- “¿Considera usted que en la actualidad, las redes sociales como Facebook, Twitter y MySpace están afectando la capacidad de las personas para relacionarse y socializar unas con otras?”
jajajajajaJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA
Pasé con 9.5